Madeira es una pequeña isla de origen volcánico de 57 km de largo por 22 km de ancho situada prácticamente en medio del Océano Atlántico, a unos 460 km en línea recta al norte de Tenerife. Es la mayor y principal isla de un pequeño archipiélago formado también por un conjunto de islas desiertas situadas al sureste (llamadas como tal) y una más pequeña y habitada al noreste llamada Porto Santo.
Llevados por la recomendación encarecida de unos amigos y la sensación de verano acortado que tuvimos este año, decidimos hacer de esta isla subtropical nuestro destino para las vacaciones de Octubre. Y resultó ser todo un acierto al convertirse en, a mi parecer, uno de los lugares más alucinantes que he pisado en mi vida.
Madeira es, sin lugar a dudas, la isla de los mil contrastes. Una montaña en medio del océano de carácter salvaje y tranquilo a la vez que te atrapa con las maravillas de sus paisajes y te impresiona precisamente con esos contrastes que te hacen viajar de un lugar al otro del mundo atravesando sólo un túnel. Resulta increíble reunir tantos elementos en una extensión tan (relativamente) pequeña de terreno. Aunque, aviso para navegantes, carece de uno de los elementos más deseados en cualquier isla paradisíaca, las playas. Algo que, afortunadamente, la ha salvado de las garras terríficas del turismo masivo y parece haber permitido conservar todo lo salvaje que el mundo actual permite en un lugar así. Al menos, por ahora, y esperemos que así continúe.
De entre todas las cosas que ofrece, a continuación resumo las 13 que más nos impresionaron de las que pudimos disfrutar.
1- El salvaje y exuberante norte
Al tratarse de una montaña en medio del mar, la cara norte de la misma se encuentra encarada a merced de los vientos alisios. Unos vientos capaces de provocar que en cuestión de minutos un sol abrasador sea anulado por niebla cegadora y lluvia para luego desaparecer como si nada hubiera pasado. Fenómenos meteorológicos que dan lugar a un verdor infinito y fresco, a bosques salvajes volcados hacia pequeños valles y al mar a través de agrestes acantilados o pequeñas desembocaduras en forma de furtivas calas de gigantes cantos rodados de tonalidad gris.
Rocha do Navio, Santana
Faial
Praia de Faial
Piscinas naturales, Porto Moniz
Sao Vicente
Carretera de Sao Vicente a Seixal
Costa norte desde Ponta Delgada
Boaventura
Casas tradicionales de Santana
Un espectáculo natural que luce en todo su esplendor en lugares como Faial y su peñasco, Santana y sus casas tradicionales de techo de paja, Ponta Delgada, San Vicente o Seixal y desemboca en Porto Moniz y sus curiosas piscinas naturales. Que puede ser paladeado kilómetro a kilómetro a través de la carretera que lo atraviesa, deteniéndose sin prisas en cualquiera de sus miradores, aventurándose por sus caminos al borde de acantilados o sentándose a observar el oleaje y la costa atravesada (y por atravesar) en un canto rodado de cualquiera de sus playas.
2- Cuevas volcánicas de San Vicente
En el recorrido por la costa norte, vale la pena realizar una parada en el camino para visitar este vestigio de la actividad volcánica que dio origen a la isla, dormida desde hace más de 5.000 años. Un hecho que nos ofrece el privilegio de poder acceder y ver en primera persona los túneles por los que circulaba la lava durante la formación de la isla y, a través de ello, aprender un poco sobre vulcanismo.
Túnel en cuyo suelo se aprecia la rugosidad de la lava
Río subterráneo entre túneles
Su visita nos permite sentir en las manos la rugosidad de la lava tal y como se asentó en su momento, observar aquellas piedras que quedaron atrapadas en medio de los túneles y con todo ello viajar con la imaginación al momento en que todo aquello se encontraba repleto de ríos ardientes de piedra fundida. Un testimonio natural de primera mano bien acondicionado e iluminado para darle un pequeño toque de belleza a la visita.
3- El testimonio volcánico en San Lorenzo
Hablando de contrastes, a pocos kilómetros del verde exuberante del norte de la isla aparece, en su punta más oriental, la árida península de la punta de San Lorenzo. Una fina extensión de la isla de colores ocres y terreno pelado que deja al desnudo los colores de la roca volcánica de origen y se parte a lado y lado en forma de policromados acantilados junto a sus islotes desprendidos.
Todo un espectáculos de marrones, rojos, amarillos y negros ordenados en rigurosas filas testimonio de diferentes erupciones y episodios. Dispuestos tal libro de historia geológica de la isla, se pueden admirar paseando a través del PR-8, el camino que recorre la península hasta su extremo en un recorrido de 8 km en total perfectamente practicable pero que precisa de una cierta costumbre senderista o ligera forma física.
4- Cabo Girao
Debido a su orografía, la mayor parte de la costa se encuentra dispuesta en forma de acantilados. Entre ellos, en la cara suroeste, se encuentra el que está considerado como el más elevado de toda Europa. 580 m de vértigo sobre el que se dispone un mirador de suelo semi-transparente en su centro y rejilla en los lados, sin duda no apto para aquel que sufra el mínimo ápice de vértigo.
Los pies sobre el mirador de cristal
La faja de Cabo Girao bajo el mirador
Vista de Camara de lobos
Para el resto, toda una sensación observar las fajas del acantilado bajo los pies, fijarse en los árboles suicidas que cuelgan de las paredes y asomarse a contemplar parte del valle donde desemboca la localidad de Camara de lobos y la bahía de Funchal al fondo. Todo esto mientras la niebla no haga acto de presencia momentánea, claro, ante lo que sólo habrá que esperar unos minutos (con suerte).
5- Ponta do sol, Camara de Lobos, Madalena do mar y los valles de plátanos
La costa al oeste de Funchal, la capital de la isla, se compone principalmente de valles encarados al mar repletos del intenso verdor de los plataneros y varias localidades de casas de colores y carácter marinero. Algunos ejemplos destacados de ello mismo son Ponta do sol, llamada de esta manera por ser uno de los mejores lugares en los que admirar la puesta del sol sobre el mar (especialmente desde la terraza del Restaurante Sol Poente), la pequeña Madalena do mar y la pesquera Camara de lobos.
Camara de lobos
Puerta decorada en Camara de lobos
Madalena do Mar
Ponta do sol
La puesta de sol desde Ponta do sol
Todos ellos pueblos con encanto en los que parecen convivir pacíficamente turistas y locales, en los que puedes estar sentado en una terraza junto a otros turistas y a pescadores lugareños en su descanso dominical. Lugares que, por ahora, mantienen su carácter marinero auténtico sin cerrarse al turismo, donde se puede sentir el carácter local. Lugares, además, cuidados al detalle y pintados, incluso decorando sus puertas o sus paredes con bonitos collages o murales que les confieren un toque moderno y artístico. Lugares que emanan luz, color y paz.
6- Un paseo por las montañas
Entre costa norte y costa sur de la isla se encuentran dos plataformas montañosas principales. Al oeste, el altiplano de Paul da Serra, y al oeste, la pequeña cordillera donde se encuentran los picos más altos, el Ariero y el Ruivo, a más de 1.800 metros de altura. Algo que te permite pasar de estar sudando a 30 grados en la costa sur a, en pocos minutos, tener que abrigarte para soportar los 12 grados de los picos. Todo ello para poder admirar su pequeño altiplano con el resto de la isla a lado y lado y mares de nubes alrededor.
Funchal abajo del Pico do Arieiro
La carretera por el pequeño altiplano del Ariero
Levada de Ribeiro Frio
Laurisilva en la Levada de Ribeiro Frio
Granja de truchas en Ribeiro Frio
En su cara norte, ambas plataformas albergan bosques de laurisilva, los bosques subtropicales originales que cubrían toda la isla antes de que llegaran los primeros colonizadores. Entre ellos se dibuja toda una red de senderos que acompañan las levadas, así llamadas las acequias que los pobladores de la isla construyeron para trasladar el agua del húmedo norte al sur de la isla, más seco y menos lluvioso. Senderos como la Levada de las 25 fuentes o la Levada del calderón verde. Los caminos por antonomasia de la isla, la mejor manera de disfrutar de su interior, entre los que se encuentran cosas tan curiosas como la granja de truchas de Ribeiro Frío, su río principal.
7- Funchal
El elemento principal de Madeira es, sin duda, la naturaleza. La excepción más importante a este hecho se encuentra en su capital, Funchal. Una ciudad dispuesta gentil y ordenadamente sobre el lomo del valle principal de la isla. Arrebatadamente encantadora con su arquitectura colonial, destaca principalmente por sus edificios bajos coloridos o blancos. Un paseo por sus calles nos muestra el Palacio de San Lorenzo, el Teatro Municipal Baltazar Dias, la Catedral de Funchal, el colorido pero excesivamente turístico (todo sea dicho) Mercado dos Lavradores o la colorida Fortaleza de Santiago. Y para desconectar, es una delicia pasear por los floridos parques del Jardín municipal con sus vistas o de la Plaza del pueblo a tocar del puerto.
Funchal desde el Parque da Praça do Povo
Vista de Funchal desde el Parque de Santa Catarina
Mosaico en la entrada del Mercado dos Lavradores
Capela do Corpo Santo
Fortaleza de Sao Tiago
Puerta pintada en barrio de Santa Maria
La guinda del pastel la pone el barrio de Santa Maria, el más antiguo de la ciudad, que alberga en sus calles principales todo un museo de arte contemporáneo popular al aire libre con sus puertas pintadas libremente. Una fusión de elementos antiguos y modernos que, todo sea dicho, sería más disfrutable con la mitad de restaurantes en su calle principal. Aún con todo, atravesarlo para admirar la preciosa placita del Largo do Corpo Santo vale la pena.
8- Jardín Tropical Monte Palace
En el mismo Funchal, a 600 metros sobre el nivel del mar y encarado hacia el resto de la ciudad, se encuentran unos de los jardines botánicos más importantes de la capital. Una maravilla concebida para viajar desde Madeira y Portugal hasta el lejano Oriente, que alberga alrededor de 100.000 especies diferentes procedentes de todo el mundo, principalmente tropicales, organizadas por diferentes espacios y ornamentado con elementos de inspiración oriental en las zonas de vegetación tropical y clásica en la zona dedicada a la vegetación autóctona. Y, entre palmeras, hortensias, orquídeas (que por la época no pudimos ver en su esplendor), cicas y helechos gigantes, nos topamos con estanques llenos de peces Koi gigantes y coloridos que resultan la mar de curiosos. Sin lugar a dudas, uno de los must de la capital y de toda la isla.
Su ubicación permite, además, disfrutar de bonitas perspectivas de la ciudad en las que tomar consciencia de su propia orografía. De hecho, acceder a él resulta ya de por sí toda una experiencia, sea a través del vertiginoso teleférico o sintiendo la verticalidad de su calle principal de acceso (y la práctica caída libre que supone su bajada, claro). Una vez fuera de los jardines, merece la pena acercarse a la basílica de Santa Maria do Monte, lugar de peregrinación de los madeirenses, una preciosa iglesia en cuyo interior destaca el techo de madera policromado y la presencia de azulejos coloridos, marca de la casa del arte sacro de la isla. Y una vez allí, observar (o aventurarse a montar) la bajada de esas curiosas cestas deslizantes conducidas por hombres ataviados de blanco y sombrero, los carreiros.
9- Ballenas y delfines
Debido a su ubicación oceánica y a la geografía de la isla, que hace que el mar alrededor de la isla adquiera una significante profundidad a pocos metros de la costa, Madeira alberga una importante población de cetáceos en su costa. De hecho, durante todo el año habitan poblaciones locales de especies como el Calderón negro o el Delfín mular, mientras que en diferentes momentos del año, en función de su ubicación en peregrinación, pasan por sus aguas otras muchas especies. Es por ello que una de las cosas más bonitas que se pueden hacer en Funchal es subirse a una embarcación para poder acercarse a ellos y observarlos.
En el mismo puerto y alrededores se ubican varias empresas que ofrecen este tipo de servicios, casi todas con precios similares. Se ofrecen expediciones con diferentes tipos de embarcaciones, desde catamaranes y veleros de recreación histórica hasta lanchas rápidas. Esta última opción, aunque más cara, fue la elegida por nosotros, al ofrecer no sólo el plus de aventura sino también la mayor posibilidad de acceder rápidamente al lugar donde se avistan estos mamíferos. Los chicos de Rota dos cetaceos fueron los elegidos para llevarnos y fue todo un acierto, explicándonos cada especie que pudimos ver (las dos especies locales mencionadas en el párrafo anterior) y abogando por una experiencia lo más respetuosa posible con los animales, emocionante y única.
10- Desniveles, curvas y vértigo
Uno de los aspectos más importantes a tener en cuenta cuando se visita la isla es su escarpada orografía. A lo largo de su recorrido nos encontramos con fuertes desniveles, carreteras de curvas sin fin y acantilados de vértigo. Actualmente la red principal de carreteras ha conseguido domar el territorio facilitando los accesos entre poblaciones a través de túneles (a excepción de una parte al norte que aún se encuentra en construcción). Aún así, es fácil y hasta una de las experiencias más madeirenses tener que sortear cualquier carretera de montaña. Incluso en ocasiones resulta la manera más bonita de explorar la isla.
Carretera de montaña de camino a Pico Ruivo
El desnivel en Funchal
Es por ello que resulta recomendable tener en cuenta esto a la hora de seleccionar un vehículo de alquiler así como considerarlo a la hora de preparar las rutas de visita. Es uno de los aspectos que más condicionan la isla y a su vez uno de los que la hace tan especial y salvaje. Además de contribuir tan claramente a todos los contrastes que ofrece.
11- La isla de las mil flores
Una de las cosas que enamoran de Madeira desde el primer momento es la omnipresencia de flores. La población local, aprovechando el clima subtropical, su intenso sol y humedad, cuida los jardines de las casas y los convierte en auténticos museos vegetales al aire libre. De la misma manera, las plazas principales de cada localidad y muchas calles se encuentran repletas de diferentes plantas con flores. En Funchal el espectáculo se encuentra en sus jardines públicos, representación y compendio del colorido floral presente en toda la isla.
Flor ave del paraíso, la flor más emblemática de Madeira
Árboles floridos frente a un lugar de Bookcrossing en el Parque Jardim Municipal de Funchal
Jardín de fachada en Madalena do mar
Árboles floridos en Santana
Esto hace que las poblaciones de la isla se llenen de vida, color y frescor, por lo que parece en cualquier época del año (nuestra visita fue en Octubre y era todo un espectáculo). De hecho, una de las festividades más importantes es la Fiesta de las flores al inicio de la primavera, una asignatura pendiente (de entre tantas) para una próxima visita.
12- El festival del agua
Madeira es, además de la isla de los contrastes, las curvas y las flores, la isla del agua. Especialmente en sus caras norte y suroeste y muy marcadamente en episodios de nubosidad o lluvia, es fácil toparse de repente con pequeños saltos de agua a lado y lado de la carretera, algunas de las cuales mueren o en el mismo mar o a pocos metros del mismo, fusionando agua dulce con el vasto océano de agua salada que la rodea. En algún que otro tramo incluso puede sorprender la presencia de caídas de agua encima mismo de carreteras antiguas.
Salto de agua en la carretera de Sao Vicente
Desembocadura del Ribeiro Frio en la Praia de Faial
Pequeño salto de agua sobre un campo de plátanos en Madalena do mar
Además de todo esto destaca la presencia del ya mencionado Ribeiro Frio, un río en plena isla que nace de sus picos más altos en el que se puede practicar barranquismo. ¡Quién lo diría de una isla de sólo 22 km de ancho! No deja de ser una consecuencia de la orografía y el clima particular de la isla y lo que sostiene el salvaje verdor presente en parte importante de la isla. Un espectáculo más a añadir a la función.
13 – Espada con plátano, bolo do caco, espetada, pescados a la brasa y otros platos descomunales
Para finalizar nuestro repaso, no podía pasar por alto destacar la suculenta oferta gastronómica que presenta la isla. Con la cocina portuguesa de base y sus productos propios como toque personal, destacan principalmente los pescados a la brasa y, entre ellos, la espada a la brasa con salsa de plátano, quizás el plato más emblemático de la isla, una curiosa y deliciosa combinación de dulce y salado (que probamos en el Restaurante Serra e mar de Santana). Además de esto, vale la pena probar las lapas (que probamos a un precio irrisorio en el Restaurante Caravela de Sao Vicente), cocinadas a la plancha con salsa de mantequilla, aceite, ajo y perejil, la misma salsa que te encuentras en el relleno de su pan típico, el bolo do caco, una especie de pan de pita más grueso y jugoso que, si os lo ofrecen, no dejéis de aceptarlo. Tampoco se debe pasar por alto la espetada, un gigantesco pincho de carne de ternera a la brasa cuya base parece ser una pequeña rama que llena de aroma la carne. De nuestra experiencia gastronómica por la isla recordamos también con especial cariño la mousse de maracuyá del Restaurante O Celeiro de Funchal y una simple pero riquísima tortilla portuguesa, de tomate y cebolla, que me arregló una cena en el Restaurante Portao a pocos metros de la preciosa plaza do Corpo Santo en Funchal.
Espada con plátano
Pez loro a la brasa
Lapas
Espetada
Bolo do caco
Platos más guarniciones
Una de las cosas más importantes a tener en cuenta respecto a la experiencia gastronómica en Madeira son las cantidades descomunales de comida que puede venir en un plato. Cada plato viene acompañado por varias guarniciones, diferentes en cada restaurante, que pueden ir desde unas sencillas patatas fritas o arroz con tomate a verduras al vapor de todo tipo, mazorcas a la brasa o incluso espinacas a la crema. Y todo esto, en general, a un precio bastante aceptable, especialmente si nos alejamos de la capital o las zonas más turísticas del sureste. Probar la poncha o el vino de Madeira, similar a los vinos dulces de Málaga, no está de menos y completan la experiencia.
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En definitiva, visitar Madeira fue toda una sorpresa y un acierto. Un lugar al que volver que, aparte de su indudable belleza, resulta muy agradable de visitar, una preciosa experiencia viajera que nos transporta a lugares lejanos a pocas horas de avión de casa.